jueves, 25 de marzo de 2010

El olor del fantasma

La casa de los fantasmas tiene una historia, mitad irrealidad y mitad silencio. Ahora es una historia transformada, con olor a paraguas viejo que a veces se asoma por algún ventanal.

Esa casa vieja decía a nuestra infancia cosas terribles de imaginar y presentir, pero en todo ello hay algo que es verdaderamente real: nuestro miedo, un miedo tan grande que no nos atrevíamos ni siquiera a pasar por la puerta, ni a pisar su vereda brotada de pastos amarillos.

Una vez, Dalmacio, que era el mayor de todos los chicos, tuvo la audacia de pensar en voz alta: -¿Y si entramos a la casa de los fantasmas para ver cómo es por dentro? Un suspenso pálido hizo temblar la respuesta. Hasta que por fin Eufrasia, haciéndose eco de todos, dijo: -Tanto como el interior no, pero podemos ir hasta el patio de atrás y sacar toronjas, el árbol está lleno, al pasar por la esquina se alcanza a ver como brillan con el sol. -Está bien, podemos llevar una canasta para bajar muchas toronjas.I

Y de esa manera, por primera vez tuvimos el atrevimiento de entrar; la puerta herrumbrada, herida en sus goznes, no opuso mayor resistencia al grupo. Íbamos todos muy juntos, azorados, por la vereda de cemento llena de grietas

En el mediodía lleno de domingo el grupo fue acercándose al inmenso árbol de toronjas. -Suban rápido y alcancen las más grandes -susurro Chela, con la mirada fija en una de las puertas herméticamente cerrada. No podía dejar de pensar en qué momento se abriría para permitir el paso a algún monstruo esquelético muy enojado por nuestro atrevimiento de ir nada menos que a sacar toronjas.

Y sucedió, en efecto, que muy lentamente se fue abriendo la puerta; el quejido metálico hizo que cada uno permaneciera en su sitio, como estatuas de vidrio, con las manos llenas de toronjas, las bocas abiertas, puro ojos, puro miedo, cuando del hueco se dibujó un negrísimo movimiento de pelos erizados, cola breve y mirar curioso, que se puso a ronronear amigablemente. -Un gatito negro, ¡qué lindo es! Eufrasia lo alzó. Era lindo de veras, lleno de pulgas y hambre. -Llevémoslo a casa- fue la proposición de todos. De pronto la puerta se cerró de golpe con tal violencia, que hizo la punta de los pastos. El pánico se apoderó de todos y comenzamos a correr hacia la salida. Llegamos a casa sin aliento, justo cuando la campana llamaba para el almuerzo y justo para contar la aventura.

Anacleta puso fin al relato diciendo que esa tarde iba a hacer dulce de toronjas, y acto seguido se adueñó del gato para darle de comer. -Se llamará Mefistófeles - dijo.

Esa tarde, por los tres patios se extendió el olor a dulce de toronjas, que por supuesto, desde entonces, se transformó en el olor de los fantasmas.

Mefistófeles, que tomó la costumbre de pasearse por el borde de las cornisas, continuamente también me lo recordaba

la super bruja


La Bruja despertó de su sueño de varios siglos, se desperezó largamente y ya en pie se miró en el espejo y dijo: -¡Qué suerte! Estoy tan horrible como siempre. No, mejor aún. Estoy más fea que nunca. ¡Qué hermoso! ¡Cuántas arrugas y granos tengo en la cara! Soy fea, muy fea, tan fea que hasta yo misma me asusto al mirarme al espejo. ¡Magnífico! Sigo siendo, sin duda, la bruja que más aterroriza y, espero, la que más maldades comete por minuto. En esto, a decir verdad, no tengo competidoras. La bruja del cuento de Blanca nieves al lado mío es un poroto. ¿Qué digo? Un microbio. Yo soy una Superbruja: la bruja más bruja.

Y, colocándose en la cabeza el bonete de bruja, agregó: -¡Qué bueno! tengo ganas de hacer los peores hechizos, los más malignos. Voy a echar primero una mirada para ver como anda el mundo. La última vez que me dormí, los hombres se deleitaban quemando brujas en la hoguera. Quizás ahora haya mejorado nuestra situación laboral.

La Bruja salió con su escoba a recorrer el planeta y, de pronto, vio pasar un "jet", y exclamó: -Vaya ¡qué bien se alimentan los pájaros en este tiempo! ¡Cómo han crecido y qué hermosa armadura de metal llevan! Me gustaría hacer lo mismo con mi cuervo. Pero espero que después no haga, como éste, tanto ruido al volar.

Más adelante la Bruja divisó una ciudad y gritó: -¿Qué veo allí? No lo puedo creer. Una ciudad con casas que han crecido hasta las nubes. Y están todas juntas. Unas al lado de las otras. Y eso.¿Qué es eso? parecen carruajes sin caballos y corren enloquecidos por las calles .Me parece que esta vez dormí unos cuantos siglos de más. Dormí mil años, por lo menos. ¡Qué sueñito largo tuve! ¿no?

La Bruja descendió a aquélla ciudad, se acercó a un transeúnte y le preguntó: -Dígame, señor, ¿Cómo es qué andan esos carruajes sin caballos? ¿Cuál es el hechizo? -Mire, señora, su disfraz es muy bueno, pero no tengo tiempo para perder con bromas. ¡Taxi! ¡Taxi!

La Bruja quedó atónita viendo al hombre correr tras uno de esos carruajes sin caballos, y se dijo: "¿Taxi? ¿Taxi? ¿Será una palabra mágica? Trataré de recordarla".

La Bruja comenzó a caminar y se encontró, de pronto, frente al escaparate de un negocio de artículos electrónicos. Le llamó poderosamente la atención un televisor encendido que estaba proyectando una película del Lejano Oeste. Vio la escena de un ataque de indios a una diligencia, y expresó: -Ah, no yo quiero saber cómo lograron meter a toda esa gente y a todos esos caballos dentro de esa cajita.

Entró al negocio y le manifestó al vendedor: -Señor, ¿cuál es el hechizo de esta cajita? -¿Hechizo? ¿Hechizo? No, no conozco esa marca. -Ah, usted tampoco me quiere responder. No se preocupe, yo lo voy a averiguar lo mismo.

La Bruja metió la mano dentro del aparato y, lógicamente, se produjo lo que se podía esperar: una terrible descarga eléctrica. La descarga le dejó carbonizados todos los cabellos y electrificados los ojos. Por lo cual, comenzó a lanzar chispas por ellos y a maldecir, y dirigiéndose al vendedor, dijo: -Me vengaré de lo queme han hecho. En usted descargaré primero mi ira.

Hizo un pase mágico con su varita y, al instante, el vendedor se quedó en calzoncillos y medias agujereadas. La Bruja salió del negocio echando humo, diciéndose: " Me vengaré de todos los que habitan en esta ciudad. Les haré una tremenda maldad. Van a llorar. Les envenenaré el agua". Cuando llegó al río vio las aguas y, sorprendida, se dijo:"Huy, no puede ser. Alguien se me adelantó e hizo el trabajo por mí. No importa. Envenenaré el aire, ya verán lo que es bueno". Olfateó el aire con su nariz curva (que tenía un grano más grande que un tomate) y se lamentó: "Pero no puede ser, alguien se me adelantó también en esto. ¡Qué fastidio! Ya sé. Envenenaré los mares, los peces, las nubes, el suelo, los animales, las plantas, los bosques, las selvas" . La Bruja se dio cuenta, de inmediato, de que algo extraño ocurría. Cada vez que iba a consumar uno de sus hechizos, comprobaba que alguien se le había adelantado para hacer su maldad.

Se rompía la cabeza preguntándose quién habría sido capas de adivinar sus maléficos pensamientos. Hasta que, finalmente, alguien le explicó que las brujas quedaban pequeñas en esa época y que los hombres se habían convertido en los brujos más terribles: los brujos de la contaminación. Su brujería era la peor que podía imaginar cualquier bruja, porque ella conducía a la autodestrucción de la especie.

La Bruja riéndose con aire de victoria, aseveró: -Yo seré bruja, pero no tonta. Una bruja protege a otra bruja y a la hermandad de las brujas. Pero el hombre de este tiempo busca destruir a toda la humanidad. ¡Qué brujería más descabellada! Para mí el hombre de esta época no es más que un brujazo tonto, un archibrujo tonto, un príncipe de brujos retonto.

La Bruja se alejó con su escoba y volvió a su negra mirada para dormir otros siglos. Después de todo, eran mejores las pesadillas que ella soñaba que aquellas que los hombres vivían en ese tiempo.

La llorona


Consumada la Conquista y mas o menos a mediados de siglo XVI , los vecinos de la Ciudad de México que se recogían en sus casas al toque de queda dado por las campanas de la primera catedral, a media noche y principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda , honda pena moral o tremendo dolor físico.

Las primeras noches, los vecinos contentábance con persignarse o santiguarse, pensando que aquellos lúgubres gemidos eran, según ellos, de ánima del otro mundo. Pero fueron tantos y repetidos, y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados quisieron cerciorarse con sus propios ojos de qué era aquello; primero desde las puertas entornadas, desde las ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las calles, hasta que lograron ver a la que, en el silencio de las oscuras noches o en aquellas en la que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.

Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada noche distinta, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el Oriente hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento. Puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo, y al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como una sobra se desvanecía.

La hora avanzada de la noche –dice el doctor José María Marroquí --, el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de quella mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo entierra de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba a cuantos a veían y oían, y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de mármol. Los mas animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y adonde iba.

Desde entonces se le dio el nombre de La Llorona

Consumada la Conquista y mas o menos a mediados de siglo XVI , los vecinos de la Ciudad de México que se recogían en sus casas al toque de queda dado por las campanas de la primera catedral, a media noche y principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda , honda pena moral o tremendo dolor físico.

Las primeras noches, los vecinos contentábance con persignarse o santiguarse, pensando que aquellos lúgubres gemidos eran, según ellos, de ánima del otro mundo. Pero fueron tantos y repetidos, y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados quisieron cerciorarse con sus propios ojos de qué era aquello; primero desde las puertas entornadas, desde las ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las calles, hasta que lograron ver a la que, en el silencio de las oscuras noches o en aquellas en la que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.

Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada noche distinta, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el Oriente hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento. Puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo, y al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como una sobra se desvanecía.

La hora avanzada de la noche –dice el doctor José María Marroquí --, el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de quella mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo entierra de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba a cuantos a veían y oían, y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de mármol. Los mas animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y adonde iba.

Desde entonces se le dio el nombre de La Llorona

Esto es real

Esto es real... Era el 19 de Abril a las 11 de la noche estaba viendo TV y me empieza a dar sueño.

Estoy a punto de quedarme dormido cuando escucho la voz de una pequeña niña que me dice "en el baño", "en el baño" pero el sueño era tal que no hice caso y me quede dormido.

Pero aqui viene lo peor. Me despierta la voz de varias niñas que me dicen: "en el cajon", "en el cajon","ahí está el cuchillo".

Ahí si que me asuste pero me volvi a dormir. En el sueño que tuve vi a una niña vestida de blanco, con una cara pálida pero era aproximadamente de 8 ó 9 años de edad. Me dice: "aqui en el baño", "en el cajon". En eso veo que vienen más niñas y en coro dicen:"ahí está el cuchillo" en eso la cara de la pálida niña queda desfigurada y desaparece inmediatamente.

Este sueño es real solamente se los cuento por que quiero compartir esta experiencia con ustedes.

Pienso que esa niña fue asesinada tal como lo describe con un cuchillo, en el baño.

Hasta el momento no he vuelto a escuchar su voz ni sueños parecido